El añil de El Salvador destaca en la historia como el oro azul que tiñó de elegancia al mundo entero. Y, además, por haber sido fuente de ingresos para una importante cantidad de los habitantes del territorio durante el tiempo colonial.
Por casi tres siglos de la colonia, la producción del añil de El Salvador fue la base de la economía de la provincia de San Salvador y significó el auge agrícola más grande del territorio entre los siglos XVI y el XIX, destacando la región salvadoreña en todo el reino de Guatemala (lo que ahora conocemos como Centroamérica).
Fue en la primera mitad del siglo XVI que se comenzó a producir el añil en todo Centroamérica. El producto extraído en zonas como San Vicente y San Miguel destacó tanto por cantidad y calidad del tinte.
El añil es un colorante azul conocido también como índigo; es adquirido de la planta Jiquilite y conocida comúnmente como la planta “oro azul”. El Jiquilite es un arbusto de uno a 1.5 metros, cuyo tallo es erguido, subleñoso, ramificado y velloso.
Durante esos siglos, el añil de El Salvador era apetecido en el mundo pues su color estaba asociado a la realeza, al lujo y a la riqueza. Además, para ciertas personas, el tinte se relacionaba a lo espiritual.
El añil de El Salvador Pintó de Azul la Economía
La actividad de producción de añil posicionó a la provincia de San Salvador como un importante productor agrícola, siendo base de la microeconomía de muchas familias durante varios siglos.
Para el año 1807, la provincia ya producía aproximadamente 486,000 libras de tinte, cifra que equivalía el 77% de las exportaciones totales en América Central. De allí es fácil comprender su gran importancia económica.
La producción del añil cayó con el tiempo por diversas razones, desde intereses y decisiones políticas económicas, como plagas y ataques de piratas a los mercantes que transportaban el producto desde América hacia España. Además, debido al auge de tintes artificiales que sustituyeron al tinte natural.
El añil de El Salvador Vuelve a Colorear
Una nueva ola ha surgido en tiempos recientes para el añil. Desde hace unas décadas, un número significativo de productores han revalorizado su potencial, creando una cadena de valor que termina en productos artesanales que ya son una especie de distintivo salvadoreño.
En El Salvador existen unas 264 hectáreas cultivadas de añil y están ubicadas en los departamentos de San Miguel y Morazán. Esta producción ha provocado el surgimiento de más de 80 talleres que se dedican a elaborar productos artesanales. Además, hace dos décadas se registró un fuerte impulso en la exportación de este tinte salvadoreño.
Los talleres se ubican en diversas partes del país, como: Chalchuapa, Suchitoto, Santiago Nonualco, San Juan Nonualco, Izalco, Nahuizalco y Morazán, entre otros.
El añil de El Salvador se utiliza típicamente para colorear prensas de tela y artesanías que son vendidas al público en ferias y exposiciones. Además, los artesanos utilizan el añil para teñir alimentos, cosméticos, medicamentos, como pintura para murales y pinturas para uso de los niños, entre otros. También se usa, en menor medida para teñir papel, madera, corcho, cerámica y fibras naturales en general.
La Tecnificación del Añil
La elaboración de productos derivados del añil se ha constituido como una fuente de ingresos para muchas familias, no aún en la cantidad como lo fue en la época colonial, pero sí una forma de trabajo de subsistencia.
Los nuevos productores de añil de El Salvador han surgido como una nueva clase artesanal, sin ningún tipo de arraigo de tradiciones y costumbres, incorporando incluso técnicas modernas de teñido de otras culturas, como por ejemplo la japonesa.
Los artesanos han tenido la oportunidad de desarrollarse mediante iniciativas emprendidas por instituciones como la Agencia de Cooperación Internacional del Japón (JICA) y el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (CONCULTURA), entidad que ahora es el Ministerio de Cultura.
Incluso, el teñido con el oro azul es un atractivo turístico que los visitantes, locales y extranjeros, pueden disfrutar en el taller instalado en el sitio arqueológico Casa Blanca, en Chalchuapa. En su próxima visita, recuerde vivir la experiencia de teñir una prenda con añil y llevársela como recuerdo.