NOTA DEL EDITOR: Ante la crisis por el COVID-19, se recomienda quedarse en casa mientas dura la crisis. Paseos como este deben esperar hasta que haya pasado la emergencia de salud que vive el mundo.
No hay mejor forma de conocer un pueblo, que conocer las cosas que ese pueblo se mete en la panza. Y es que como dicen que dicen, la comida de la calle es la mejor, pero si el del mercado, pues ni hablar.
Ayer me dio un paseo, para acariciar los ojos, ennoblecer el alma y premiar la barriga.
En medio del desorden ya es parte del paisaje, de ochocientos buses queriendo pasar por una estrecha calle, todos juntos y todos atiborrados de gente, de diez mil carros buscando parqueo y la señor que paraliza la avenida para comprar un dólar de guineos de seda, pues llegar al mercado, es llegar al paraíso, pasando por el caos del asfalto inmediato.
El siguiente anillo, es el de las frutas de estación, los canastos de ocasión y las señoras de los pueblos de la Libertad.

foto cortesía: Mercado Dueñas Facebook
Pasan los policías quitando las ventas, que como una sábana clandestina se encoge respetuosa, pero no han dado dos pasos, los amigos del “cam” cuando la colcha de ventas se desenrollado nuevamente para ofrecer gloriosa, pitos para los frijoles, mangos verdes, punches, semillas de pan, alguashte, huevos de amor, marañones japoneses y toda suerte de pomadas que sirven hasta para hablar inglés.
Solo en ese breve instante se puede apreciar el color del pavimento, que permanece eclipsado por la venta multitudinaria.
El mercado se despliega en todo su esplendor
Más adentro, comienza la penumbra y el mercado se despliega en todo su esplendor. Hay que saltar y anteponerse al sobresalto de bultos que pasan entre zapateros remendones, coras de frutas extraviadas en guacalitos ambulantes, flores del mismísimo Boquerón, velas de todos colores, y amarres para el corazón.
La orientación es ya una fantasía más bien regulada por la oportunidad de no morir aplastado por algún carretonero enfurecido, y en este punto me dejo llevar por los olores… barro cocido, hierbas frescas para curar el susto, pociones mágicas, el mejor queso contrabandeado tempranito y pescados que apenas unas horas aleteaban felices en las olas de los cálidos mares cuscatlecos.
El puro cielo
Todo se junta, todo se mete por la nariz al mismo tiempo; solo pienso en qué quiero, y el bullicioso frenesí va dejando paso a lo que más nos interesa: la comida de nuestro querido pueblo.
No hay dos cosas iguales, ni las tortillas, aunque todas sean redondas, ni las entumecidas gallinas asadas que chorrean su grasa ahumada que untada en una tortilla, es el puritito cielo.
No se quedan atrás las pacayas envueltas en huevo, o una carne oreada tan sabrosa como resistente entre las muelas, y qué decir de las humeantes sopas, que en todos sus colores y en todos sus aromas, alimentan el alma desde que las hueles.

Foto cortesía de: Alcaldía de Santa Tecla
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Una niña tiene en su plato las cosas mas valiosas
Te sientas en un banquito que está ya más unido por la costumbre que por los tres abrillantados clavos que los sustentan casi levitando; te codeas con tu vecino y comparten ese chilito semilloso y burbujeante que solo la niña Cecy sabe cómo se hace, y comes y sientes que no alcanzan los cachetes para comer todas las cosas que las manos de esas mujeres prepararan, y en verdad que falta panza para probar lo que El Salvador ofrece.
En el fondo hay una niña que come unos humildes frijolitos con un huevo picado. Y al recordar todas estas cosas, creo que esa pequeña niña tiene en su plato las cosas mas valiosas, las más ricas y las más sabrosas, tiene el alma de mi pueblo en su cuchara.
Así salgo del mercado, siempre contento, siempre inspirado. Y se pierde uno entre tanto vericueto, entre tanto canasto y griterío. A ver cuando regreso, a ver cuando puedo.